Lo que los jóvenes esperan

 

Los cambios aparentes, que parecen seguir los movimientos de nuestra época, no tienen ninguna relación con la evolución espiritual y humana.  Sólo provienen de la adaptación intelectual y momentánea a ciertas corrientes políticas y sociales de las cuales los creadores hacen presión sobre las masas, afín de conducirlos a sus puntos de vista.  Lo que no cambia en nada el carácter fundamenta y, en consecuencia, la mentalidad de los unos y de los otros.  Por otra parte, basta con ver sus costumbres instintivas y su comportamiento desordenado para convencerse de que el ser humano está, hoy en día, más cerca del animal que del “homo sapiens”.  La verdadera evolución consciente y voluntaria, aquella que mejora al individuo y lo transforma en una superación cotidiana, está todavía en la etapa de la especulación mental.  Salvo para una minoría que, una vez comprometida en la línea de su rehabilitación espiritual y humana, no podría plegarse a las ideas y a la voluntad de aquellos cuya interferencia perjudicaría su armonioso desarrollo.  Desde el comienzo, hay que reconocerlo, el hombre es a menudo un obstáculo para la evolución de sus semejantes, al mismo tiempo que para la suya.  Hoy, pocos hombres y mujeres poseen todavía su libre albedrío, las conciencias están falseadas, entenebrecidas, manipuladas, no sólo por los conductores políticos y religiosos, sino también por fuerzas ocultas y negativas que paralizan a los hombres y les impiden conducirse como adultos maduros y responsables.  La única esperanza de una transformación evolutiva de nuestra sociedad radica, no importa lo que se piense, en la juventud actual.  La que ha vuelto de sus  “400 golpes”.  Y cuya mentalidad, por su propio espíritu de independencia – el cual en este caso no hay que lamentar – muestra   una lucidez y un discernimiento tanto más seguros cuanto que ella no ha sido marcada por la mentalidad de sus mayores.  Ella sabrá entonces pensar por ella misma.  Pero esperemos a verla actuar en sus escogencias y sus preferencias.

 

Los cursos de educación religiosa propuestos por las escuelas no le serían de ninguna ayuda y no responderían en nada a sus aspiraciones.  Por otra parte, ¿no sería retroceder el mantener a los seres dentro los límites de la letra de la enseñanza?  ¿Y por lo tanto desviarlos de los principios elevados que dirigirían su existencia en el sentido de un mejoramiento progresivo de su mentalidad, si los educadores mismos suscribieran a esos principios?  Lo que los jóvenes esperan, es el afecto, la confianza, el respeto, la consideración que, hasta aquí, les han faltado, Es también el ejemplo de aquellos que, cada día, hacen la experiencia de una vida espiritual sostenida, pasando de la teoría a la práctica de la Enseñanza divina.  Si la escuela del mundo quiere ayudar a los jóvenes, sería más útil y eficaz de su parte el prever para ellos cursos de civismo moral, abiertos a todos los creyentes de buena voluntad.  Todos de acuerdo porque todos juntos en el mismo deseo de mejorarse y elevarse. De remontar juntos la pendiente de la degradación humana.  Los jóvenes necesitan entrenadores sinceros, sólidos, inteligentes, al mismo tiempo que amantes y humildes de corazón.  Y no repetidores de la letra.  Seres que, si son cristianos, viven ante ellos la enseñanza de su Maestro.  Siendo así que toda religión tiene sus propios lugares de enseñanza, ¿por qué en esta repetición en la escuela pública retirarle su carácter laico?  Desde siempre, las etiquetas y los disfraces religiosos y políticos han acentuado las diferencias y dividido a los hombres.  Más discretos si no retirados, los creyentes de todas las confesiones se sentirían más cercanos y más unidos en el mismo ideal de fraternidad, de bondad, de solidaridad dictada por el mismo Dios. Un ideal alcanzado por aquel que participa plenamente en su evolución a través del  mejoramiento voluntario y progresivo de su carácter.  Lo que abre, en él, la puerta de la vida, la sabiduría y el amor de Dios